El fin de la fotografía
José Vidal
Con
este título podemos aludir a la finalidad de la fotografía, su destino como
arte y técnica, tanto como a su desaparición. Y esto es posible porque, a
partir de la digitalización hay un cambio radical respecto a lo que ha sido la
fotografía antes del siglo 21, hay una fotografía que termina y otra en continuo
desarrollo que tiene características bien distintas.
La fotografía
como técnica y como práctica tiene un crecimiento metastásico, descomunal, es
cada vez más omnipresente en el mundo. La proliferación de fotos y videos en
Internet, medios y especialmente en las redes sociales es verdaderamente impactante.
Cuando buscamos un celular, la competencia entre los distintos modelos se
centra especialmente en las cámaras, que ahora son múltiples cámaras en un
mismo aparato para capturar la misma imagen. Todos sacamos fotos pero ¿todos
somos fotógrafos?
Sin
duda, la capacidad de producir imágenes de los teléfonos ha superado a la
mayoría de las cámaras de fotos comunes y en algunos casos a las profesionales,
y esto no está destinado simplemente a la complacencia de los usuarios. Las
cámaras son objetos técnicos que nos emplazan a tomar fotografías y a
publicarlas. En esto hay que acordar con Heidegger en que el objeto técnico no
es un mero instrumento, indiferente, que depende del uso que se le dé, sino que
produce una solicitación, exige un modo de comportamiento.
Una
vez subidas las fotos a Internet forman parte de un continuo de imágenes de
carácter global que conforman un universo semiótico, una infinita multiplicación
de signos interconectados. Ya no encontramos la foto, singular, sino la serie ilimitada, la foto no se acumula
en el álbum para el recuerdo, sino que es olvido en la memoria del ordenador.
En
apariencia, esta red de imágenes no parece tener sentido. Por el contrario, es más
bien un rechazo a la cadena significante, nadie podría descifrar hacia dónde va
esa acumulación maníaca de fotos, al menos ningún ser humano. Sin embargo,
tiene un impacto en la creación de nuevas subjetividades, en el modo de
percibir el mundo, de percibirse a sí mismo y a los demás. Es la aletósfera
anticipada por Lacan, una atmósfera en la que habitamos y que, a la vez, está
poblada de elementos técnicos intangibles (la verdad científica, aletheia,
técnicamente instrumentalizada) de los que no tenemos mayor noticia porque son
ondas que nos atraviesan, imágenes que nos miran y que están destinadas a
causar nuestro deseo y determinar nuestro comportamiento.
Es
posible medir ahora, mediante algoritmos, la permanencia del usuario frente a
determinadas imágenes en las pantallas y hacer un cálculo de sus preferencias y
gustos, pero sobre todo de su sensibilidad. Ese tipo de información se usó
inicialmente para fines comerciales, pero se extendió rápidamente para la manipulación
política. Para eso se desarrollan programas de Inteligencia Artificial,
cálculos matemáticos predictivos que permiten anticipar la reacción y la
conducta frente a estos estímulos.
Con
esto, podemos acordar con Fontcuberta en que la fotografía, en tanto tal, ha
muerto, que estamos ahora frente a un fenómeno que él llama la pos fotografía
en el que la producción de imágenes ya no puede homologarse a la de la
tradicional toma de fotos. Nuestros amigos fotógrafos,
con sus cámaras Nikon o Canon, son rara avis. Es que ellos, a contramano de la
exigencia de aceleración del mercado, apuntan a la detención de la serie, a la
singularidad de la imagen, estudiada, pensada, estetizada. Ellos le hacen
preguntas a cada foto, la leen. En el tiempo que ellos elaboran una foto se han
producido miles, millones de imágenes digitales.
Si la
fotografía siempre mintió, nunca la foto fue reproducción fiel de la realidad, como
nos demostró Carlos Martino, el tipo de mentira es diferente con las nuevas
tecnologías. Estas no solo son falsas, sino que, además, forman parte de un
programa. Están a cargo de modelizadores matemáticos con objetivos precisos.
Podemos
imaginar que las fotos ahora forman parte de una performance gigantesca, como
propone Boris Grois, una Obra de Arte Total, que englobe ciudades enteras,
países enteros, el planeta tal vez. ¿No puede imaginarse la Pandemia, más allá
de sus razones sanitario/políticas, como una performance con alcance
planetario? Las fotos de las plazas vacías, las ciudades desiertas ¿no son una
estética del fin en la que todos participamos?
La
esquizia del ojo y la mirada que Lacan pudo precisar, donde me veo no miro,
donde miro no me veo, ha sido tomada astutamente por este programa para
alimentar la mirada, hoy omnipresente en el mundo y con una voracidad
superyoica.
Podemos
encontrar también algunas coincidencias entre el fotógrafo y el psicoanalista:
la búsqueda de la singularidad, la detención en el detalle y la orientación
hacia un real.
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